HOMENAJE PÓSTUMO A EMIRO ENRIQUE ZAMBRANO, GRAN AMIGO Y MAESTRO EXTRAORDINARIO
Por: Beatriz Hurtado Cabrera
Emiro Enrique Zambrano Echeverry nació en el municipio más antiguo del departamento de Nariño, La Cruz, región enmarcada por el latir del volcán Doña Juana. Tierra que le hacía vibrar su corazón, cada vez que la recordaba y que regularmente visitaba, porque allí vivían dos de los tesoros más valiosos para él: su querida madre Carlina Echeverry y su padre Alfonso Zambrano.
Llegó muy joven a nuestro departamento y rápidamente inició su carrera como docente, profesión que ejerció por más de 30 años en tres prestigiosas instituciones educativas de la ciudad, Tierra de Promisión (Departamental Femenino), Liceo de Santa Librada y La Presentación, hasta que Dios lo llamó a su destino final en esta tierra huilense, que lo acogió como a uno de sus hijos más preciados.
Durante toda su vida demostró su extraordinario y excepcional dote de maestro organizado, entregado, comprometido con su deber más allá de lo normal. Ese amor por la profesión hizo que todos quienes fuimos sus alumnos, lo respetáramos, lo admiráramos y siempre lo recordáramos por su estilo, por su carisma, por sus chistes, por conjugar amor y disciplina.
Formó una hermosa familia, con su esposa Nibia, sus dos hijas Diana Paola y Carolina, su hijo Oscar Enrique, y sus nietos María José y Samuel Peña Zambrano y Alice Henao zambrano, quienes eran su razón de ser, y por quienes trabajó incansablemente para darles lo mejor no solo desde el punto de vista material sino como ser humano.
Excelente compañero, amigo, profesor y maestro, amaba su profesión, por ello será siempre recordado, porque dejó huella en cada estudiante que pasó por su vida; obsequió de manera desinteresada su experiencia, conocimiento y sabiduría, pues su preocupación era que aprendieran su materia como un arte: las matemáticas.
Quienes tuvimos el privilegio de compartir con él, como compañero de trabajo, como alumnos, como amigos, estamos convencidos de que su existencia no ha terminado ni se ha extinguido, pues la llama encendida en cada corazón de quienes hicimos parte de su camino, trascenderá y perdurará en todos aquellos que contribuyó a formar.
Hoy decimos que siempre quedamos en deuda con las personas que se van, porque de pronto no alcanzamos a expresarle el reconocimiento que merecía en vida, agradecerle lo que hizo por los demás, pero que sea este momento para decirle Emiro “gracias” es posible que esta única palabra no alcance a retribuirle todo su aporte por tantos años de sacrificio y dedicación a esta noble profesión, pero que ojalá llegue como un rayo de luz a su familia y hasta el cielo, ese cielo hermoso que como copos de algodón en la inmensidad azul, lo despidió el día que lo acompañamos hasta su última morada terrenal.
• Gracias por sus enseñanzas y entrega incondicional…
• Gracias por conjugar amor y disciplina…
• Gracias en nombre de tantas generaciones de estudiantes que pasamos por sus manos…
• Gracias por la amistad…
• Gracias por la familia que con esfuerzo formó…
•Gracias porque cumplió con la tarea que Dios le encomendó en esta tierra…
• Gracias por su espiritualidad…
Emiro vivirá en el recuerdo y en la vida de sus hijos, sus nietos, allí estará por muchos años más y en quienes fuimos sus alumnos, compañeros de trabajo y amigos… lo extrañaremos porque personas como él, no son reemplazables, son únicas e irrepetibles, Dios lo acoja en su Reino y fortalezca su familia para aceptar tan grande pérdida.
Por su familia, por quienes lloramos su ausencia, oremos al Señor, como él lo hacía cada mañana que llegaba a su trabajo.